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Homilía del Metropolita Pablo de Alepo para el Domingo de Santa María de Egipto: "Lo placentero y lo cansador"

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Lo placentero y lo cansador

“He aquí que subimos a Jerusalén…”

Homilía de Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo

A partir del texto bíblico, Jesús nos revela el gran contraste que hay entre Su pensamiento y el del mundo, entre el sendero de Sus discípulos y el del mundo. Los príncipes del mundo dominan a la gente, mientras que los primeros entre los discípulos han de ser servidores.

¡El contraste no acepta una solución distinta, sino más bien totalmente opuesta! Las palabras del Señor en el Evangelio revierten la expresión ser servido por servirmaestro por servidor, y primero por último.

Puesto que el pensamiento de Cristo es la verdad, entonces, todo cuanto es contrario, el pensamiento del mundo, es por supuesto pecado. Y el pecado en el lenguaje de la Biblia es más que un acontecimiento deshonesto o un error. Hay faltas; estas son errores de las cuales no podemos totalmente escapar en el camino del Señor. Mientras que el significado del pecado es más exhaustivo; es un enfoque equivocado, es el error en la relación entre Dios y nosotros (y no cualquier error hacia esta relación), pues el pecado es un concepto erróneo acerca de Dios, y una postura de nosotros mismos equivocada hacia Él y hacia el próximo. Pecamos contra Dios cuando lo consideramos contrariamente a lo que Él es, y cuando Le imponemos un vínculo que no Le agrada. Pecamos cuando acusamos a Dios de ser un juez indiferente hacia nosotros o quien nos causa los males, mientras que Él es todo lo contrario. Él ama a los hombres, Él es el pastor y padre. También, pecamos contra nosotros mismos cuando nos definimos contrariamente a su verdad, y cuando nos empujamos en senderos que no nos hacen llegar a nuestro destino, es decir a la felicidad. Además, pecamos contra nosotros mismos cuando proseguimos el placer que no causa nada sino más que dolor, y huimos de los senderos que conducen a la paz.

San Máximo el Confesor nos invita a distinguir entre el placer y el dolor, y saber en realidad qué es lo placentero y qué es lo cansador. Nuestro pecado contra nosotros mismos es que nos engañamos, pues corremos detrás los placeres fáciles creyendo que en ellos se encuentra el verdadero placer, pero descubrimos que no nos dejan sino sólo angustia. Así es que nuestro pecado consiste en “tragarnos” algo placentero, falso y barato, y nos cansamos. Este es el “pensamiento del mundo”; el pensamiento de correr detrás el placer barato y fácil. San Isaac el Sirio nos encomienda a amar el cansancio (el esfuerzo), en contra del pensamiento del mundo que nos exhorta a querer la comodidad y el lujo… Ahí está la esencia del pecado.

Esta es la tentación permanente del hombre, la que el Señor venció cuando se dirigió al Padre diciendo: “Hágase tu voluntad, no la mía”, y aceptó el cáliz al cual fue destinado. Cristo era plenamente consciente de que la Jerusalén celestial adónde se iba, pasaba inevitablemente por el Gólgota de la Jerusalén terrenal. Con respecto a este caminar a Jerusalén, Pedro trató una vez de detenerlo a Jesús, pero Jesús le dijo: “Aléjate de mí, Satanás”. La gloria verdadera no es la que viene del placer, sino de los labores de las virtudes. El verdadero placer viene de la cruz del sacrificio.“El siervo del Señor” es el Señor de los señores y el Rey de Reyes; Su pasión es su gloria. ¿Acaso el diablo no intentó, desde el principio, ofrecer a Jesús todo el mundo a condición de que no entre en la gloria de Su pasión, cuando Le dijo: “Si me adoras te daré a cambio todos estos reinos”? Este es el gancho que Satanás nos ofrece siempre, mientras que el Señor nos invita hacia este otro camino, camino santo: el sendero de la Pasión y del sacrifico en lugar de la comodidad del interés y de los placeres. Los mismos discípulos, en la Transfiguración, querían la gloria del cielo; y el Señor les dijo que, del Monte de la Transfiguración, se dirigía hacia el Golgota. En el Evangelio de hoy, Santiago y Juan cayeron en esta misma tentación, pues querían la gloria antes de pagar su costo: sacrificios, muerte, sufrimientos…

El sendero de la resurrección pasa por la cruz, y el verdadero placer proviene siempre de los labores de las virtudes. El madero que soporta la bandera del triunfo en el día de la Resurrección es el madero de la misma cruz. El pecado del hombre y su tentación permanente consisten en“tragar” sin discernimiento los placeres mundanos puestos ante él, en lugar de esforzarse para adquirir las gracias y los bienes anhelados.

El pecado no tiene una verdadera sustancia. El pecado es ilusorio, pues al“tragarlo”, el hombre sincero consigo mismo se da cuenta de que su sabor es efímero y enseguida descubre su engaño. El hombre es una creatura que ama lo infinito y no le gustan los callejones. Esto es verdad hasta tal punto “que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman”(Rom 8:28); sí, todo, aún el pecado. Tal descubrimiento es fácil para todo hombre sincero consigo mismo, y es suficiente para guiarlo en el sendero correcto de Jerusalén. ¿Acaso esto no es el movimiento del arrepentimiento? El verdadero placer es fruto del Espíritu Santo, y placenteras son las lágrimas de la esperanza en el arrepentimiento.

Esto es precisamente lo que ocurrió con Santa María de Egipto a quien conmemoramos hoy, en el quinto domingo de la cuaresma, antes de dirigirnos, el próximo domingo, a Jerusalén. Esta mujer llegó al abismo más profundo de los placeres. Sin embargo, el pecado no es el alimento del hombre; es un alimento ilusorio. María tuvo una vida demasiado pecaminosa; había llegado a un callejón. Sólo después de haber vivido, de acuerdo a la tradición, cuarenta años en el desierto, fue que el camino de su vida no tuvo límites. Sólo el camino de la virtud no tiene fin, pues el gozo que resulta de ella es verdadero.

Subiendo a la Jerusalén celestial, hemos de prepararnos realmente para pasar por la Jerusalén terrenal y por el camino de la Pasión, a fin de llegar a la resurrección gloriosa. El detenernos hoy ante el ejemplo de Santa María de Egipto, y el reflexionar sobre la prueba en la que cayeron Juan y Santiago, son una invitación para seguir el sendero restante de la gran cuaresma con un espíritu de lucha y de sacrificio. La resurrección es posible sólo para los que se crucifican. La cruz es la gloria; ¿acaso hay una gloria para el cristiano mayor que la de participar con sus labores en la Pasión del Señor?

La Semana Santa se nos acerca y nuestra vocación se hace más clara todavía en cuanto a adoptar los labores de la virtud, la lucha, la ascesis, el amor y la honestidad.

En verdad, lo placentero según el pensamiento mundano es cansador; y lo cansador en el pensamiento de Cristo es placentero. Amén.

Fuente: www.acoantioquena.com 

 
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